BIENVENIDOS


En este lugar se encuentran reunidos nuevamente el tiempo, la música y nuestros recuerdos...Iniciemos este maravilloso viaje al ritmo de las canciones y melodías de la Música sin Final...Déjese llevar por el mágico sonido que envuelve milagrosamente, ese algo que creíamos olvidado, pero que sigue ahí escondido en algún lugar, sin límites...sin final...¿Quiere saber en dónde está ese lugar?...Habita en su recuerdo y está más allá de la música...¿Nos hace el honor de acompañarnos?...Gracias.

Sus amigos,

Ricardo y Alejandro Martínez Arreola

miércoles, 13 de abril de 2011

MÉXICO DE MIS RECUERDOS


Primavera de la Canción Nacional

Los primeros años de la vida independiente de México, convirtieron a nuestro país en crisol de inquietudes diversas inspiradas por el grito de libertad. La influencia del pensamiento francés no sólo en el terreno de las ideas, sino en el de la cultura en general y por supuesto en la música, creó un ambiente ideal para que, al correr de los años, los grupos de mestizos, negros, mulatos y demás castas, transformaran los ritmos exportados de la Madre Patria como las seguidillas, fandangos y zapateados, para tornarse en populares jarabes, jaranas y huapangos, que a la postre, se convertirían en auténticos símbolos del espíritu de la Nación recién formada.

Para algunos estudiosos de la materia, la proyección mundial del “alma musical de México” inició en 1884 con la fundación de la primera Orquesta Típica Mexicana. Bajo la dirección del maestro Carlos Curti, la entrañable agrupación inició su participación con un popurrí de Aires Nacionales Mexicanos en la Exposición Internacional de Nueva Orleans.

Durante buena parte del último tercio del siglo XIX, la canción de autor, caracterizada por su emotividad, su carácter siempre melancólico y de queja amorosa, dio forma a la novedosa música mexicana al consolidarse la República Liberal. Así, entre las formas musicales en que se representó este peculiar género podemos destacar las romanzas de tipo italiano y las populares habaneras venidas de la isla de Cuba.



La llegada del siglo XX representaba para los habitantes de la capital azteca, el grado máximo de todas las nociones modernizadoras y positivistas que Porfirio Díaz y los científicos, habían impulsado. El estilo de vida durante el porfiriato definió el rumbo de la sociedad en tertulias y fiestas familiares, así como en lujosos conciertos de gala. El modernismo, como movimiento literario originado en América, encontró en los tiempos de Díaz el escenario ideal para el universo poético de evasivas lágrimas convertidas en perlas, cisnes, princesas de plata y cientos de imágenes diazmironianas de refinamiento inconmensurable, en una sociedad donde la inmensa mayoría era analfabeta.




En la música, el afrancesamiento de la aristocracia porfirista encontró en el vals su natural expresión de orden y refinamiento. Sin embargo, un grupo de noveles compositores marcaron la pauta en la construcción del ideal regionalista, el cual, al iniciar el siglo XX, lograron imponer un tipo de canción mexicana a partir de ciertas formas populares predeterminadas por el maestro Manuel M. Ponce: la Canción del Bajío y la Canción del Norte. Como podemos apreciar, la limitada clasificación de la música popular de aquellos años (definida al gusto de Ponce) olvidó el extraordinario abanico de sones y ritmos que aportaban las regiones mixtecas, veracruzanas y yucatecas, por citar sólo unos ejemplos.


Sin embargo, la música del México de mis recuerdos, de aquel México que se nos fue, la llamada canción tradicional mexicana se escribió con letras de oro en las páginas de nuestro cancionero popular desde 1875 con Marchita el alma de Antonio Zúñiga; Perjura (1901) y Alborada (1911) de Lauro D. Uranga; Estrellita (1913) y Rayando el sol (1924) de Manuel M. Ponce; La borrachita de Tata Nacho, Canción mixteca de López Alavez; Un viejo amor de Esparza Oteo; sin olvidar las entrañables Adiós Mariquita linda (1925) de Marcos Jiménez, La negra noche (1925) de Emilio Uranga y Tierra de mis amores (1926) de Chucho Elizarrarás.



¡Ay, qué tiempos, señor don Simón!

¡Cómo olvidar a ese personaje que desde hace más de una centuria se la vive escandalizado por todo lo que en su corta visión contradice a la moral y a las buenas costumbres! Para colmo de males, muchos individuos que lo encarnan cobran de nuestros impuestos. En 1910 la ciudad de los palacios tenía casi medio millón de habitantes pero ocho de cada diez habitantes era analfabeta y -el calvario eterno- cerca de veinte mil no tenían chamba y para rematar, un importante número de viviendas eran auténticos jacalones. Unos pocos años antes, allá por los días de 1896 algunos sectores de nuestra sociedad tuvieron conocimiento de dos aparatos que podían reproducir imágenes en movimiento: primeramente el Kinetoscopio y después el Cinematógrafo, sin duda, al principio se generó mucha expectación, aunque dicen algunos historiadores que pasaría una década para que los habitantes de nuestra ciudad mostraran un interés real por el arte de la pantalla. Ya no sólo la aristocracia porfiriana asistía a las funciones exhibidas en el Salón Rojo, el Montecarlo o al Pathé, sino que la clase popular se daba cita por las noches a la proyección que de manera gratuita y al aire libre (bien reza en la consabida cultura popular aquello de que “a la gorra no hay quien le corra” o “gratis hasta las puñaladas”) se exhibía sobre los muros de la empresa cigarrera El Buen Tono. Sí, aquélla legendaria e importante empresa que en septiembre de 1923 inauguró la que hoy sigue transmitiendo con orgullo su señal como la radiodifusora más antigua de nuestro país: la XEB, La “B” grande de México. Una de sus promociones para este importante acontecimiento, consistía en juntar un número determinado de cajetillas de su línea El número 12 y canjearlos posteriormente por un aparato de radio. Bueno, ahí no acaba la cosa, también sacó su edición de cigarrillos El Radio.

En cuanto al sonido grabado y asombrosamente reproducido, se dice que tuvo presencia en México a partir de 1890 a través del formato de la época: el cilindro. En el segundo lustro del siglo XX, el disco tomó su lugar como el medio idóneo para reproducir los sonidos que mágicamente fijaban la idiosincrasia de los pueblos y que hoy constituyen nuestro patrimonio sonoro (recuerden que al paso de los años tuvo diferentes tamaños, grosores, giraba a distintas revoluciones, se fabricaban con diversos materiales y con distintos métodos de grabación). Esas grabaciones fueron hechas con sistemas antiguos que no comprendían la alta fidelidad, ni el sonido estéreo, ni la tecnología digital... Pero al escucharlas encontramos una magia y un encanto especiales en ellas y que el tiempo no ha podido borrar. Y es que forman parte del pasado musical de México, de esa herencia lírica nacional que conquistó a toda Hispanoamérica. No importa que las generaciones jóvenes no hayamos vivido ese tiempo... Su enorme legado nos alcanza y nos pertenece.

En fin, tomaremos aunque sea por un instante la ruta musical que siguió el tiempo del México de mis recuerdos y que cedió al México de hoy, los dos tan llenos de contrastes y de contradicciones...




Les ofrecemos algunos audios  que no corresponden con los años en que fueron compuestas las canciones, pero sin duda alguna, son un testimonio sonoro de grata memoria.

Danza de los apuros, con la Orquesta Típica Miguel Lerdo de Tejada. Desde los años ochenta es utilizada como rúbrica del programa Sones y Canciones que se transmite por el IMER.

Perjura, previo a escuchar la voz de Nicolás Urcelay están los comentarios de Jorge Zúñiga y del maestro Juan S. Garrido icluidos en un disco especial realizado por la cervecería Moctezuma. Al maestro Garrido lo alcanzamos a escuchar en su programa de radio Historia Musical de México durante los años ochenta. 

Dios nunca muere, esta pieza inmortal de Macedonio Alcalá en una de sus versiones más exclusivas con La Lira de San Cristóbal.

Ojos de juventud, de Arturo Tolentino en la voz de Javier Solís, incluida en uno de los mejores discos de este magnífico cantante.

Mi querido capitán, uno de los temas que siempre será grato escuchar en voz de Esmeralda.

Tierra de mis amores, de Jesús Elizarrarás en la versión de los Cancioneros del Sur.

Los organilleros, cápsula radiofónica de la serie Lo que el viento no se llevó en voz del propio creador y respetado hombre del micrófono, Jorge Zúñiga Campos.

México de mis recuerdos, este popurrí se disfruta plenamente en el espectáculo nocturno que se brinda al concluir las actividades en el parque ecológico  Xcaret.

Ahora les ofrecemos una visión cinematográfica del México de ayer.